lunes, 12 de abril de 2010

Qué bonita, qué sensual.

Me encontraba acostado en mi duramente suave cama, recostado en mi almohada hecha de algodón rocosamente delicada y tras mi ventana abierta y mis cortinas recostadas al extremo de la pared, esa pared pequeñamente gigante y dura, yo veía como la circular luna dorada sonreía pícaramente guiñándome su ojo derecho que causaba en mi una excitación excesivamente intoxicada por el reflejo de su hechizo exuberante que traspasa mi alma cruzando las losetas color marrón negrizco de mi cuarto en donde me recuesto cada noche a contemplar tu esplendor nocturno de días celestiales color gris azulado que minúsculos brillos dorados que son tus fieles acompañantes, Luna, estrellas, noche claramente oscura pero con un brillo extremadamente cegador de una pasión interminable.

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