sábado, 10 de abril de 2010

La zapatilla roja, el trago, un libro y un fallo.

Mientras el color rojo encendido de mi zapatilla desborda los alicaídos colores claros de las losetas estampadas con cemento en el suelo de mi cuarto, que día a día van envejeciendo, veo un par de medios limones que se escurren descontroladamente entre las hormigas que deambulan buscando migajas de pan.
No entiendo porqué, si mi cuarto es una paraíso infernal en donde me ahogo sólo con el respirar de mis pulmones y el fuerte viento que corre de esquina a esquina, desde las losetas hasta la parte superior de mi cuarto, donde puedo apreciar mi insignificante foco con la intención de quemarse y dejarme en completa oscuridad para de esa manera evitar que escriba las escrituras escribidas por mis dedos inigualablemente incomprendidos.
Desde un metro atrás, el trago me está mirando celosamente como contemplo mi zapatilla, el trago me llama, me grita silenciosamente y yo con una sonrisa picara y una guiñada de ojo, éxito lentamente al trago que de inmediato coge de la mano al fallo y le dice que lo prenda, que lo fume, que lo consuma y allí voy en busca de mi fallo.
Un fallo prendido, en trago en la mano y me pongo a contemplar misteriosamente cada escritura que brota desde mi libro que trasmite la paz interior para poder imaginar que estoy sentado en la cima del monte Everest respirando el más puro aire sobre la cima del un paraíso endemoniado.

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