domingo, 21 de agosto de 2011

Era extraño aquella noche gris del día de abril

Era momento de percibir el reloj que encandilaba en medio de la incógnita du su último sueño. Afuera copulaban tres insectos transmutados en lobos de mar que no disfrutaban de alas para nadar por los sueños que desfilaban por el ápice de la casa de cartón de la tía ciega. El frío caía lentamente por debajo de la tierra llena de mierda. El camino se esbozó en forma curva para que no se encuentren frente a cara y el desprecio no irrumpa el lugar, maldito lugar lleno de vacíos relámpagos bañados de pecados. En siete segundos pasaron quince años donde nunca existieron los domingos, el sábado cambió sus papeles para emigrar a la semana siguiente mientras el frío hostigaba caminando con los ojos cerrados, tenía miedo de dormirse entre el montículo de cabello derramado sobre la lámpara que se incendiaba entre hojas desgarradas. Ya era tiempo de que el cigarrillo vivifique bajo un cielo de colillas que sobrevolaban dentro de cuatro ramas color silencio que enlazaba una bella esfera triangular, los pies de la niña que no nació estaba sosegando bajo la sombra de un instante acaramelado que amargaba las pupilas de un cuerpo cansado de dormirse entre nubes malditas que atraparon sus sueños dentro de una botella de vino.

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