domingo, 21 de agosto de 2011

Era extraño aquella noche gris del día de abril

Era momento de percibir el reloj que encandilaba en medio de la incógnita du su último sueño. Afuera copulaban tres insectos transmutados en lobos de mar que no disfrutaban de alas para nadar por los sueños que desfilaban por el ápice de la casa de cartón de la tía ciega. El frío caía lentamente por debajo de la tierra llena de mierda. El camino se esbozó en forma curva para que no se encuentren frente a cara y el desprecio no irrumpa el lugar, maldito lugar lleno de vacíos relámpagos bañados de pecados. En siete segundos pasaron quince años donde nunca existieron los domingos, el sábado cambió sus papeles para emigrar a la semana siguiente mientras el frío hostigaba caminando con los ojos cerrados, tenía miedo de dormirse entre el montículo de cabello derramado sobre la lámpara que se incendiaba entre hojas desgarradas. Ya era tiempo de que el cigarrillo vivifique bajo un cielo de colillas que sobrevolaban dentro de cuatro ramas color silencio que enlazaba una bella esfera triangular, los pies de la niña que no nació estaba sosegando bajo la sombra de un instante acaramelado que amargaba las pupilas de un cuerpo cansado de dormirse entre nubes malditas que atraparon sus sueños dentro de una botella de vino.

sábado, 13 de agosto de 2011

Crónica de la muerte de tu sonrisa

Las tres campanadas sonaron demasiado temprano, era hora de partir, no importaba que la noche aún estuviera tierna y sincera, había luna llena, estaba vestida con un lienzo de cristal color del mar, Marina partía con dirección al edén, tenía que peinarse la mirada, tenía que renacer a mil demonios.

Un beso a medias, un abrazo inconcluso, media vuelta y regresé por donde había caminado bajo la luz en coma de una noche gris y fría que entorpecía mis pasos.

Llegué a casa, pequeño infierno, estaba dispuesto a salir con mis demonios, dulces demonios en busca de pecadores, ángeles pecadores de corazones nobles.

Me integré a otro pequeño infiernillo de ir y venir de miradas turbias y respiraciones fósiles del bien, dejamos el alma en aquella cueva maldita y salimos en busca de veneno, bendito veneno cegador, enloquecedor…

La taberna endiosaba muchas miradas, tiernas, dolidas, melancólicas, alegres, fingidas… todo era un pelotón de sin saber. Bebimos sangre del infierno, uno, dos, bebimos el desgarro de la locura.

El tiempo pasó y observé los rayos de una luz que pasaron frente mis endiablados ojos color destiempo. Era Marina, caminaba lenta y pausada, arrastraba flores y más flores que caía de su cintura, caminó hasta su lugar y se sentó, la seguí bajo los suspiros de mi mirada, la fui a buscar.

Llegué hasta su lugar, hice repelencia a su sonrisa, salimos a danzar sobre las llamas del infierno y entró a mí un demonio maldito, demonio sin palabras dulces, Marina se quedó sorprendida me miró y dejó de sonreír, mi infierno se convirtió en un nuevo infierno, más ardiente, más maldito, ahora sin la sonrisa de la bella flor, en medio de su enojo, me tiró la rosa por la espalda y se fue, volteó, me miró y comenzó a derramar lágrimas de decepción, fue en ese momento que quise acércame a su lado, pero ya estaba en medio de otros demonios…